ALBERTO IGLESIAS GONZÁLEZ " El abrazo de la ausencia" www.albertoiglesias.com

 ALBERTO IGLESIAS GONZÁLEZ  " El abrazo de la ausencia"

                                              

                                                    Fotografía de Laura Ortega

Tuve la inmensa fortuna de contar con un prologuista de gran talla humana y artística, el actor, dramaturgo y director Alberto Iglesias González que escribió esta bella reflexión de "Hendiendo el Aire":

El abrazo de la ausencia

Unos pies caminan descalzos por la arena mojada. Unas manos recogen brisa y sal. Un rostro bañado por el tímido sol de la mañana saca a pasear sus sueños de vigilia, sus vigilantes anhelos de presente. Y de pronto, sin previo aviso, su corazón empieza a bombear palabras de agua y sal, versos de mar y ausencia. Empiezan los pulmones a respirar poesía y cede su antigua piel el lugar a otra piel nueva hecha de imágenes de vuelo y luz, de sombras ya ancianas y  de semillas a cultivar sobre el folio, a regar con la tinta de su esperanza. Sus manos se pondrán a la tarea en cuanto ponga un pie en la casa y se abran sus ojos al fin a un nuevo día. Se afanará en el vano intento de todo aquel que escribe, que no es sino dotar de voz a lo inefable.

 

Y se sienta en la silla. Y agarra su taza y bebe un sorbo de té sonriendo ante el nuevo fracaso que le espera. Va juntando palabra tras palabra hasta crear un verso que de pie a otro verso que de pie a un poema. Quizás suspire, abandone sus pupilas en el horizonte un instante, se pase la mano por la nuca, se tome una pausa, relea lo escrito, vuelva a suspirar y continúe. O puede, quién sabe a ciencia cierta, que se levante y llame por teléfono a un amigo lejano que no contesta una vez más. Tal vez se ponga a pensar en la comida y repase mentalmente aquello que le falta: judías, patatas, huevos, sal… Qué importa lo que pase después. Qué importa si llama, si piensa en las patatas, si suspira. Tiene un mar en el folio, las huellas de la arena atrapadas por fin en su cuaderno. Ha dejado en testamento un pedazo de su alma.

 

¿No es eso lo que hace un poeta? ¿No nace para eso? ¿No vive, siente, observa el mundo con ese único fin?

Así, día tras días, paseo tras paseo, viaje tras viaje, palabra tras palabra va naciendo un libro. Y luego, claro, están las formas y los fondos. La personalísima visión de cada individuo que se acerca a la obra terminada. Y el misterio, también inefable, de la lectura, fin último al que aspira el poeta. En este libro los versos se huelen, se sienten en la piel, se escuchan susurrados. Son tiernos, dulces, amables, pero también amargos, nostálgicos, crueles… Son herencia y son partida de nacimiento de algo que está por venir. Algo escondido, entretejido diría yo, en lo que se cuenta; hilos de silencio y desamparo que nos guían hacia grutas menos conocidas. Contar lo de siempre como nunca. Leer una voz propia, una nueva voz.

 

Escribo hilos y me viene a la mente una frase robada recientemente al escritor italiano Erri de Luca: Hablar es recorrer un hilo. Escribir, en cambio, es poseerlo, devorarlo. Ahí, quizás esté la clave: poseer, devorar. Poseer lo intangible, devorar lo invisible, con la avidez del que ansía ser propietario de una imagen, de un sentimiento y se sienta en la mesa vacía y en la mesa vacía encuentra los exquisitos manjares reservados a un corazón, a un alma, que se alimenta de poesía.

 

Y los pies desnudos, terminado el paseo, se calzan las sandalias del viaje para ser en un cuerpo Penélope y Odiseo, para partir y para esperar, para abrazar la ausencia y recibir los nuevos versos que vendrán.



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