DE PENÉLOPE A PERIBEA
Ha sido el agua mi cinturón de castidad,
la estrecha cintura de sal de la isla,
la cicatriz de la nave
alejándose mar
adentro,
el lejano vaivén de su aliento
que apenas rozaba mi cuerpo,
la orfandad a pie de orilla,
su escueta
despedida.
Elegí la urdimbre de la tierra,
la sólida raza de las tejedoras,
el mástil del telar, la vela del sudario,
de espaldas al agua y sus estruendos.
No tenías que habérmelo devuelto, madre,
que se quedara retenido en tus entrañas,
seducido por tu ondulante cabellera,
el arrullo de tus líquidos brazos,
ese estrecho paso por tus caderas,
estela de quebrados
sueños,
seducción de tus
tormentas.
Un poema espléndido
ResponderEliminarCreo que lo he leído cien veces y es brillante, hija del mar. Como esa Grecia que veo que llevas dentro.
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